TERROR

LA VISIÓN DE LA REALIDAD

 Aquellas nubes negras hicieron acto de presencia en pocos minutos sobre el camping de bungalows, haciendo que el más claro día tornara a la más oscura noche. Pocos segundos después de que la oscuridad comenzara a reinar sobre las casas de madera, un fuerte e incesante llanto comenzó a caer sobre el exuberante bosque donde tales edificaciones se alzaban en armonía con la naturaleza, golpeando con furia sus tejados. Pero, a pesar de que el tiempo se hubiera torcido de aquella manera tan repentina, y de que no pudiera ver más allá de la espesa cortina de lluvia que difuminaba el paraje, el viaje había merecido la pena pues, para Lucas, aquel lugar siempre había despertado en él una serenidad y una paz que no podía expresar con palabras. Quizá, la magia que expedía aquel remanso de paz en medio de la naturaleza se debía a los recuerdos de años atrás cuando, junto a su mujer y a sus dos hijas, iban a pasar allí todos los veranos para escapar del agobiante y estresante ritmo de vida de la ciudad.

Aquel lugar era perfecto, misteriosamente perfecto. Pero hacía ya dos años que no lo visitaba, pues la trágica muerte de su mujer y de su hija pequeña en aquel accidente de tráfico lo había cambiado todo. Dejó su carrera como escritor y se sumió en una espiral vacía que solo conseguía llenar con grandes dosis de alcohol y tabaco. María, su hija mayor, tampoco consiguió superar la trágica pérdida de su madre y de su hermana pequeña pero, ¿quién consigue superar del todo un suceso así? Aunque siguió adelante, terminando la carrera a pesar del dolor y las dudas existenciales que la atacaban de manera implacable. Ella sí había conseguido volver a empezar, pero el... el no. Dos años sumergido en el alcoholismo le hicieron replantearse su vida, intentando abrir una puerta de escape en el callejón sin salida al que la depresión le había llevado. Mandó un mensaje a su hija de que iría a pasar unos días al bungalow donde siempre se alojaban y, de esta manera, dejar la bebida y, quizá, volver a escribir.

Permaneció un rato más en el porche cubierto del bungalow y, con los ojos cerrados, inspiró aquel aire tan puro.

- Disculpe señor, ¿qué está haciendo ahí?

La voz le sobresaltó haciendo que el corazón palpitase con tanta fuerza en su pecho que, por un momento, pensó que iba a salir expulsado fuera de su cuerpo.

- Siento haberle asustado - añadió la voz, la cual procedía de un hombre que tenía la mitad del cuerpo fuera del bungalow donde se suponía que Lucas tenía que alojarse.

- No se preocupe - espetó Lucas con una sonrisa nerviosa - . Creo que ha habido un error, he reservado este bungalow para unos días.

- ¿Si?¿Está seguro? - preguntó desconcertado aquel hombre de rostro alargado y piel pálida, quien emitió un sonoro suspiro de fastidio- . Han debido de equivocarse en la recepción, a mi me dijeron que este bungalow estaba libre.

- Se habrán organizado mal. Todos los demás alojamientos están ocupados... tendré que pedir la hoja de reclamaciones.

- Seguro que ha venido de muy lejos, sería un fastidio tener que irse de nuevo. Venga entre, seguro que esto se puede solucionar.

Lucas entró en el bungalow y dejó las maletas dentro, justo al lado de la puerta, se quitó la gabardina colgándola en el perchero. Una vez se acomodó pudo ver a aquel misterioso hombre con más claridad. Se trataba de un tipo inusualmente alto y extremadamente delgado, de una palidez inhumana y vestido con ropa oscura y de varias tallas más de las que se suponía que debería llevar.

- Voy a llamar a recepción a aclarar todo este asunto.

Lucas asintió y oteó el interior del bungalow, todo estaba igual que la última vez que se alojó en él junto a su familia a excepción, claro está, de los efectos personales de aquel hombre, de los que destacó un piano eléctrico junto a la chispeante chimenea.

- He hablado con recepción - saltó a decir el hombre saliendo la cocina - . Resulta que se equivocaron con las fechas. Nos han ofrecido una solución, y es que compartamos el alojamiento y, debido a este fallo, nos dejan el bungalow a mitad de precio y lo podemos pagar entre los dos - aclaró.

Lucas no estaba del todo conforme ante aquella solución y, sobre todo, se encontraba molesto ante aquella inesperada y pésima organización. Nunca le había ocurrido nada parecido en todos los años que llevaba alojándose en el camping. Había ido allí para alejarse de todos los vicios que estaban arruinando su vida y para volver a encontrar la inspiración. Se mantuvo pensativo durante unos segundos.

- Por cierto, me llamo Joaquín - se presentó, tendiéndole una mano pálida y de dedos largos y delgados.

- Lucas - dijo estrechándole con cuidado la mano, pues temía que pudiera rompérsela - . Bueno... pensándolo bien, no está mal pagar a medias la mitad del precio. Podría venirme bien la compañía.

Varias horas más tarde, una vez duchado y habiendo avisado a su hija que había llegado bien al camping, sacó su portátil y se colocó en la mesa que había más alejada de la hoguera y del piano, el cual estaba siendo tocado por su misterioso compañero. Una extraña pero preciosa melodía de tonos dulces que orquestaba la imparable lluvia del exterior. Una pieza que parecía sencilla y hacía que su alma recuperara la entereza, olvidándose de la bebida y del tabaco.

"Quizá no fuese mala idea esto de compartir el alojamiento, si sigue tocando el piano me va a venir la inspiración de golpe". Pensó Lucas. Aunque aquel pensamiento se esfumó como un grano de arena llevado por el viento, pues su mente aún se encontraba en una prisión inexpugnable de la que no tenía la llave.

- ¿Escritor? - preguntó Joaquín, dejando de tocar el instrumento, a lo que Lucas asintió - . ¿Falta de inspiración?

- Así es - contestó - . Pero quizá he perdido la imaginación para crear historias.

- No compañero - negó el pálido hombre levantándose del taburete - . La imaginación está ahí, al igual que la pasión y la inspiración; pero están en un profundo sueño. Ven aquí.

Lucas se aproximó a Joaquín, quien le pidió que se sentara frente al piano.

- La música es el mejor modo para que se despierte el talento - añadió - Toca la melodía que has escuchado antes.

- Pero... yo no sé tocar el piano - replicó Lucas.

- ¿Acaso alguien nace sabiendo?

Lucas extendió sus temblorosos dedos, signo del síndrome de abstinencia, sobre las teclas blanca y negras del instrumento. Comenzó a tocar acordes desafinados, formando un sonido estridente y desagradable. Joaquín le ordenó que la tocara de nuevo, que la tocara una y otra vez. Los acordes mejoraban en sonoridad cuantas más veces repetía la pieza, al tiempo que desaparecía el temblor de sus dedos. En pocas horas consiguió dominar, de manera casi perfecta, la bella melodía; hecho que le sorprendió, pues nunca se vio capaz de tocar tan complicado instrumento.

- Pero... ¿Y mi inspiración? - preguntó Lucas desconcertado.

- Te dije que la música lo libera y aclara todo - contestó Joaquín, quien se encontraba sentado en un sillón justo detrás suyo - . Pero tu aún no lo ves... ¿por qué? ¿Es que aún no te diste cuenta? ¿Aún no sabes cual es tu inspiración?

Lucas negó con la cabeza. Cabe decir que el desconcierto e intriga que sentía ante las misteriosas e inquietantes palabras de Joaquín replanteó su decisión de permanecer en aquel lugar. Sintió como la tranquilidad huía hacia tierras lejanas y el aire se sobrecargaba tanto que pareció faltarle la respiración.

- Tu inspiración murió aquel día, el día en el que murieron tu mujer y tu hija.

"¿Cómo lo sabía?". Se preguntó Lucas palideciendo por momentos. ¿Quién era aquel hombre? ¿Cómo sabía del accidente? Su corazón bombeaba su sangre a una velocidad alarmante.

- Empecé a seguirte la pista desde que caíste en el vacío. Desde que comenzaste a autodestruirte y dejar de lado a tu otra hija. También vi como intentabas ponerte en contacto con tu mujer e hija a través de esos absurdos rituales con tablas de letras y más fantochadas - explicó Joaquín, quien se había levantado y adoptado un aspecto más siniestro, mostrando una piel de color ceniza y ojos negros cual azabache.

El tiempo pareció detenerse de repente. Se levantó con dificultad del taburete y miró por la ventana, lo que vio le aterró al tiempo que le fascinó. La lluvia caía a cámara lenta, pudiendo ver cómo un rayo surcaba lentamente el cielo encapotado y emitía el reflejo de cientos de figuras, aparentemente humanas, retorciéndose en lo alto.

- ¿Qué es esto? - preguntó con voz casi imperceptible y quebrada.

- ¿Quieres volver a tener inspiración? - preguntó el ser que se hacía llamar Joaquín - . Yo puedo hacer que vuelva a aparecer, puedo hacer que veas a tu familia fallecida. Pero te advierto que esto tiene una letra pequeña que deberías saber.

- Mira... no sé quién o qué eres... - el hombre parecía perder la voz por momentos - . Pero no deseo otra cosa más que volver a ver a mi mujer y mi hija...

- ¿No quieres saber lo que dice la letra pequeña? - preguntó el ser cínicamente con voz de ultratumba, a lo que Lucas negó - . Como quieras... Creo que deberías salir al porche.

Lucas se dirigió hacia la puerta con pies pesados, seguido por un siniestro Joaquín, y abrió la puerta saliendo, de esta manera, al porche. Lo que vio le dejó paralizado, el miedo le había enmudecido y helado la sangre; parecía una estatua a punto de desplomarse.

Allí, a pocos metros de él, estaban su mujer y su hija dadas de la mano. Sin lugar a dudas, aquello era lo que había deseado durante aquellos dos últimos años. Pero no era lo que esperaba... pues tenían la misma ropa de cuando ocurrió el accidente y el aspecto de cuando las vio en la mesa del forense. La cara de su mujer estaba en carne viva, ausente de piel y cabello, con las rodillas desolladas y el brazo izquierdo roto. Pero su hija pequeña, al haber sido expulsada del coche, presentaba un estado mucho más atroz... tenía parte del cráneo hundido, lo que hacía que sus ojos no estuvieran donde debían estar, y su columna vertebral asomaba por su espalda, notándose también la ausencia de uno de sus brazos y de la mandíbula.

Lucas profirió un grito de tal potencia que se escuchó por encima de uno de los truenos cuyo lento resplandor dibujaba las figuras agónicas del cielo.

UN DÍA DESPUÉS

La visión de la realidad. Así se llamaba el nuevo y último libro escrito por su padre. Un libreto de más de seiscientas páginas.

"Me dejó el pendrive para que imprimiera su obra" . Le dijo el recepcionista del camping ofreciendola el grueso tomo de hojas y la maleta, aún cerrada, de su padre.

María se encontraba en la terraza del apartamento en el que vivía junto a su familia pero, ahora, solo era habitado por ella. Asolada y consumida por un profundo y desconsolado llanto, maldecía al mundo entero porque la hubieran dejado sola en aquel valle de maldad y crueldad que era la vida. Y, por varios minutos más, continuó sumida en su propia desolación, hasta que su mente captó un pensamiento que la atacó fulminantemente, una evidencia que la asaltó tan rápido como un rayo.

"Papá no escribió nada en dos años, ni siquiera había llevado nada escrito al bungalow. Es imposible que en un día y una noche hubiera escrito este libro". Pensó alterada. "¿Cómo es posible?". Entró rápidamente al salón y se aproximó a la mesa en la que había depositado el manuscrito. Pasó la primera hoja para comenzar a leerlo, dándose cuenta de que tenía una pequeña introducción que parecía ser una advertencia para ella:

María, mi querida hija. Sin duda tú has sido la más fuerte de los dos, y debes seguir siéndolo, pues lo que estás a punto de leer es el resultado de una mente trastornada que sucumbió a los vicios y al ambicioso y enfermizo deseo de resucitar lo que estaba muerto. Por culpa de dicho deseo he acabado en un limbo, en una realidad horripilante en la que el tiempo pasa de una manera distinta y pude ver cómo es el verdadero mundo. Ten cuidado María, ten extremo cuidado con el ser que se hace llamar Joaquín, pues intentará buscar tus debilidades para otorgarte la visión y acabarás muerta como yo, ya que no soportarás las imágenes de la naturaleza desenmascarada.

La joven pasaba las hojas del manuscrito a una velocidad vertiginosa, leyendo vertiginosamente, al tiempo que se horrorizaba por lo que su padre había plasmado en estas.

Una narración que bien pudo haber estado inspirada en la peor de las pesadillas de una mente enloquecida y desquiciada. En el manuscrito explicaba con pelos y señales su camino durante los dos años en los que se hundió en la espiral de los vicios y de la búsqueda de comunicarse con las fallecidas, o verlas una vez más; habiendo visitado a chamanes, espiritistas y videntes, además de haber realizado espeluznantes y enfermizos rituales para cumplir su objetivo. Relataba como, al no conseguir lo que deseaba con locura, se hundió aún más en sí mismo. Y esto solo eran las primeras trescientas páginas.

De la mitad del libro en adelante contaba su llegada al camping y cómo conoció a Joaquín, quien resultó ser el ser que reinaba en la verdadera realidad y que le ofreció la oportunidad de volver a ver a su mujer e hija, aunque negó saber cuales eran las consecuencias, y lo que vio fueron los cuerpos vivos de estas en el estado en el que quedaron. A partir de ese momento cuenta cómo, todo a su al rededor, había cambiado radicalmente, pues el exuberante bosque del camping se veía como una planicie de arena negra humedecida por una escalofriante lluvia de sangre que caía desde una nubes que retenían innumerables cuerpos retorciéndose de dolor, motivo de alguna tipo de tortura infinita. Varios árboles se alzaban en aquel infernal llano, emitiendo gritos agónicos como si de personas se tratasen. Y los animales... decenas de criaturas eran descritas como cadáveres vivientes que se podrían por cada paso que daban, y nunca llegaban a morir.

María se sentía horrorizada ante aquella aterradora historia. No sabía donde acababa la realidad de una mente trastornada y dónde comenzaba la ficción, si es que esto era ficción claro, pues su padre lo había escrito de una manera que hacía preguntarse de su veracidad. El libro terminaba con una nota en la que decía que llevaba escribiendo el libro seis meses.

"Imposible... ¿seis meses? Si solo ha pasado un día. Es imposible lo escribiera todo antes de que sufriera el infarto. Aunque eso de que el tiempo pasaba de una manera distinta para él". Pensó la joven, demasiado desconcertada y aterrada.

En ese mismo instante en el que terminó de leer, sintió una presión en el pecho, haciendo que el pulso y la respiración se le aceleraran por momentos. Además de sentir que no estaba sola en el apartamento.

- Te sientes sola, ¿verdad, María? - preguntó una voz que de ultratumba que provenía de todas partes y, al mismo tiempo, de ninguna - . ¿Te gustaría volver a verles? Apuesto a que sí. Yo puedo hacer que eso ocurra. Ahora mismo, si quieres. Solo tienes que pedírmelo.

- No...- negó la chica - . A mi no me vas a engañar.

- Vives en un mundo enmascarado, y yo puedo hacer que lo veas tal y como es. Un lugar maravillosamente cruel, pero hermoso. Puedo darte la visión que le di a tu padre, pero antes debes saber lo que pone en la letra pequeña.

- ¡Ya sé lo que pone en la letra pequeña! Mi padre se dignó a escribirla - interrumpió María a gritos señalando, a su vez, el tomo de folios - . Y digo que no. Ya bastante sufrimiento hay en la vida tal y como se ve, como para pasar por el delirio sufrido por mi padre en el mundo desenmascarado, como lo llamas.

- Sin lugar a dudas, eres más lista que tu padre pero, también, inconsciente, pues tu padre abrió una puerta en su búsqueda por volver a ver a tu madre y tu hermana. Apuesto a que eso no lo pone en su libro. Digamos que es una clausula existente en la letra pequeña. Pero tranquila, ya volveré, pues tendrás el deseo de saber más y cederás a mi oferta - sentenció el ser incorpóreo antes de que su presencia invisible se desvaneciera.

AQUELLO

 "¿Qué está pasando?". Se preguntó el joven al observar la tonalidad plateada que había engullido por completo su casa.

Se sentía extraño, somnoliento, ante aquella claridad de matices oscuros que perturbaba su mente y sumía su cuerpo en una imparable congoja. Pero aquellos desagradables sentimientos tornaron en un creciente terror al verse a sí mismo durmiendo en el sillón del salón. Su agitada respiración y la rapidez con la que latía su corazón hicieron que se paralizase, sin siquiera poder articular ninguna palabra. Aquel terror acrecentó aún más cuando vio a su hermana y un amigo hablando tranquilamente en el sofá situado justo al lado del sofá donde se hallaba su cuerpo dormido, aunque no lograba escucharles bien, pues el sonido se percibía embotado, como si se encontrara sumergido en el agua. Intentó gritar varias veces, pero fue en vano ya que, al intentar gritar, sentía un espantoso dolor en la garganta. Después de varios intentos fallidos por llamar la atención a su hermana y compañía, sintió una fuerte atracción por explorar su propia casa sumida en aquel insólito ambiente.

Salió del salón a través del arco de medio punto, el cual actuaba a modo de puerta, apareciendo en el vestíbulo. A su derecha quedaba la puerta de entrada a la casa, en frente la cocina, pero sintió una fuerte atracción por las escalera que se encontraban a su izquierda... las escaleras que daban al segundo piso.

Intentó dejar de lado el miedo que invadía todo su ser y con paso decidido, pero cauteloso, comenzó a subir las escaleras poco a poco y, por cada paso que daba, notaba cómo todo su cuerpo se estremecía en una sensación de incomodidad que no menguaba.

No fue ninguna sorpresa para él que el segundo piso también estuviera anegado por el inquietante manto plateado pero, aún así, no cesaba el miedo ante aquella inusual situación que estaba viviendo. También se dio cuenta de una perturbadora realidad: no era el segundo piso el que le atraía, sino el tercero; algo le atraía desde el tercer piso que tenía la función de buhardilla. Sin poder contener el movimiento de sus pies, los cuales parecían moverse por sí solos, comenzó a subir por las escaleras de caracol. Su rostro se encontraba bañado por una catarata de frío sudor, su acelerado corazón parecía salirse de su pecho y las piernas le temblaban. A pesar de todo esto, prosiguió el ascenso hacia el piso superior.

"No me encuentro bien". Se dijo al observar que el tercer piso, además de estar engullido por el manto espectral, había un rincón teñido por una espesa cortina oscura que impedía ver lo que ocultaba en su interior.

En el preciso momento en el que comenzó a observar el oscuro rincón, se apoderó de una extraña sensación que no supo identificar. Su cuerpo se paralizó, escuchaba los latidos de su corazón, haciendo que su cuerpo vibrase, en cambio, su respiración tornó imperceptible; todo esto debido al singular y aterrador hipnotismo del que estaba siendo presa ante aquella anomalía oscura.

Algo le observaba desde las sombras, lo sabía, y quería correr, deseaba correr a ponerse a salvo junto a su hermana y el amigo... sabía que "aquello" que le observaba no era nada bueno. Necesitaba despertar por todo los medios posibles.

Su respiración volvió a agitarse en cuanto vio un par de aterradores ojos emerger de la oscuridad. El miedo volvió a apoderarse de todo su cuerpo, el cual seguía paralizado. La intensidad con la que esos ojos le observaban hizo que no se diera cuenta de que "aquello" emitía una respiración entre cortada con infinidad de gorgoritos. Llegó un momento en el que el tiempo pareció detenerse ante aquel duelo de miradas.

"Quiero despertar".

Le comenzó a arder el pecho debido a la celeridad con la que su corazón bombeaba la sangre y la inhumana rapidez con la que sus pulmones inspiraban y expiraba el sobrecargado oxígeno. La cabeza le daba vueltas. Pero, de pronto, la sombra desapareció, el joven sintió un desmesurado alivio al ver que había recobrado su movilidad. Bajó poco a poco por las escaleras hacia el segundo piso.

"Solo es un sueño". Se repitió una y otra vez para apaciguar su miedo, el cual no paró de sentir, pues escuchó cómo alguien bajaba por aquellas escaleras de caracol. ¿Sería aquella cosa del rincón? Fuese "aquello" o no, no se daría la vuelta para averiguarlo, no permitiría que terror hacía aquella situación le volviera a paralizar, por lo que comenzó a correr. Escuchaba los pasos de lo que quiera que le estuviera persiguiendo justo detrás de él. Cerca. Cada vez más cerca. Y más cerca.

Al llegar a las escaleras que conducían a la planta principal se tropezó, golpeándose todas las partes de su cuerpo con los peldaños. La caída no duró mucho, a penas unos segundo, aunque a él le pareció más tiempo. Provocó un gran estruendo cuando cayó en la planta principal. Sentía todo su cuerpo dolorido: costillas, espalda, rodillas... Pero no iba a quedarse quieto. Agudizó sus oídos, pero ya no escuchaba los pasos de "aquello"; aún así no sintió ningún tipo de alivio, pues algo le decía que esa presencia seguía persiguiéndole. Se apoyó en la pareced para levantar, a duras penas, su dolorido cuerpo. Se arrastró por la pared hasta llegar a la entrada del salón y allí, debajo del arco de medio punto, se sorprendió al ver a su hermana y al amigo observando su cuerpo gemir con intensidad. Aún así no hicieron nada por despertarlo, en su lugar rieron ya que pensaron que estaría teniendo otro tipo de sueño.

Se acercó a ellos e intentó gritar con todas sus fuerzas que le despertaran, pero no hubo éxito, por lo que comenzó a pellizcarse todo el cuerpo, aún dolorido por la caía, para despertar de una maldita vez. Pero el único resultado que obtuvo fue una respiración a sus espaldas, una respiración entre cortada que movía los pelos su nuca y cuyo aliento fétido le provocaron nauseas. "Aquello" había vuelto a por él y lo tenía a escasos centímetros de su espalda. Su corazón y su respiración volvieron a acelerarse, haciendo que sus músculos se tensasen.

"¿Qué quieres?". Intentó preguntar sin éxito.

Justo en el momento en el que intentó hacer la pregunta, la cual quedó volando en su mente, "aquello" profirió un potente y aterrador sonido gutural que hizo que el joven saltara hacia su propio cuerpo.

- ¡Despierta, joder! - gritó ya despierto impulsándose lejos del sofá - . ¡Y está, por fin! - volvió a gritar ya de pie frente a su hermana y el amigo, quienes se sorprendieron por su reacción, notándose la preocupación en ellos.

- ¿Qué te ha pasado? - preguntó la chica.

- No lo sé - contestó él - . Creo que ha sido un sueño, o no... no lo sé.

OSCURIDAD

Y el mundo quedó arrasado por aquella sombra nacida de las entrañas de la tierra, sentenciando a toda la humanidad a una inevitable y devastadora extinción. Aquella sombra hizo acto de presencia de forma insólita e instantánea, sin esperarlo, como si se tratase de una tormenta de verano que viene, deja estragos a su paso y se va pero, esta sombra, esta temible sombra, permaneció... Permaneció no sólo en la ciudad, sino en todo el mundo, trayendo consigo unos horrores que ni la ciencia podía explicar.

¿Sería el tan temido fin del mundo? No se encontraba respuesta... pero, de forma común, se empezó a denominar a aquella sombra "El infierno", debido a que emergió de lo más profundo del mundo. Al principio no ocurrió nada, solo vivíamos en una eterna noche silenciosa... no funcionaba nada eléctrico, solo los objetos a pilas. Y así se vivió durante meses y meses, escuchando noticias que no aclaraban ni explicaban lo que estaba aconteciendo, nada... ni una triste noticia que explicara qué era ese extraño fenómeno.

Pasado casi un año, esa oscuridad comenzó a dar señales de vida, sí, vida. Ese fenómeno estaba vivo. Se comenzó a meter en las mentes de las personas haciendo que estas enloquecieran y realizasen actos innombrables, actos atroces y de una maldad indescriptible. La humanidad dejó de ser humanidad. Afortunadamente, algunos de nosotros, habíamos encontrado un lugar seguro que, irónicamente, fue bajo tierra.

Aunque, el hecho de que la superficie fuera el mismísimo infierno y que, al estar bajo tierra fuera lo más seguro, no impidió que algunos valientes, si pudiéramos llamar de esa manera a esos insensatos, subieran a explorar el mundo. Yo, desde cierto punto de vista, también fui un insensato o, más bien, un loco insensato al haber querido subir a la oscuridad, ¿el motivo? Necesidad de reabastecimiento, puesto que nos estábamos quedando sin comida ni agua y, aunque fuéramos pocas personas, no aguantaríamos ni una semana.

Subí por las escaleras del metro para salir a la superficie, cargado únicamente con una gran mochila a mi espalda, y me sumí en un terror que jamás había sentido. Poco a poco me interné en la oscuridad que bañaba la superficie, en aquél momento sentía cómo mi corazón palpitaba con mayor rapidez y mi cuerpo se estremecía sobremanera. Mi mente comenzaba a jugar conmigo, haciendo que me imaginara las más horribles y grotescas escenas. ¿Habría sido mi subconsciente? ¿O quizá esa oscuridad? No lo sabía, no sabía qué me pasaba pero... debía tener clara mi misión, debía conseguir alimentos y bebidas. Pero, aún así, no podía recordar cómo volvía aquellos que se internaban en esta eterna sombra... todos volvían con la mente enloquecida, contando lo historias delirantes sobre lo que habita en esta oscuridad.

El miedo que sentía se acrecentó aún más cuando llegué al límite del parque, el cual debía atravesar para llegar al supermercado. La grotesca escena que contemplé, gracias a la luz de mi linterna, me paralizó. Lo que en su día fueron árboles normales y corrientes, ahora eran árboles dantescos que plagaban de horrores todos mis pensamientos. Si, eran troncos de árboles pero, hacía la mitad, los troncos se convertían en torsos humanos en estado de putrefacción -otros, directamente, eran huesos humanos que simulaban árboles-, de los torsos salían largos y descarnados brazos que se hilaban los unos con los otros, formando una especie de barrera que impedía el paso. Aunque, eso no era todo, en lo alto de cada árbol, si podía llamarse de esa manera, se erguían cabezas humanas, también en estado de descomposición, que emitían un escalofriante y escabroso lamento que producía un espantoso eco por todo el lugar, al mismo tiempo que bañaban el suelo del parque de una espesa y asquerosa sangre.

-Tenían razón... todos tenían razón...- dije en voz baja, dándome cuenta de mi tartamudez- este ya no es el mundo en el que crecí, esto es una pesadilla.

Al terminar de decir estas palabras, las cuales me costó demasiado pronunciar, noté cómo una respiración detrás de mí me helaba la nuca. Quería darme la vuelta, pero estaba paralizado, no podía moverme.

-No, ya no estás en tu hogar muchacho- dijo una voz grimosa, la cual pertenecía a lo que fuese que estaba a mi espalda- ahora estás en mi mundo.

Me dí la vuelta y pude ver el horror que me estaba hablando, me hundí en la profundidad de aquellos ojos blancos.

-¿Tienes miedo? Deberías tenerlo, pues tu cuerpo regresará con los tuyos, pero tu mente ahora me pertenece.

Esto fue lo último que escuché. Ahora, en estos momentos, me encuentro ausente, en un mundo lleno de oscuridad y sangre, ahora soy uno de esos de mentes enloquecidas, sin recuerdos, sin cordura. Ahora... soy parte de la oscuridad, del infierno.

GOLOSINAS

Y de lo más profundo de la oscuridad surgieron, como un grotesco desfile carnavalero, aquellas bestias, aquellos seres que parecían ser los demonios que dormitaban eternamente en las entrañas del mundo.

De piel carnosa y húmeda a causa de la sangre que se deslizaba por todo su cuerpo; ergidos sobre sus pequeñas y musculosas patas traseras, las cuales parecían ser de algún tipo de cánido. Sus torsos desnudos y completamente despellejados y desollados harían estremecer incluso al más loco entre los locos, las costillas parecían abrirse paso a través de la carne, del mismo modo que las vértebras; esto hacía que caminaran encorvados. Sus brazos, exageradamente largos y delgados, terminaban en unas manos poseedoras de unas garras de excesiva e inverosímil longitud. Carecían de cuello, por lo que se podría decir que su cabeza estaba sobre sus hombros, literalmente. Y, claro está, si se a eso se le podría llamar cabeza, pues lo que en vez de cabeza poseían una calavera de un tamaño descomunal cuyo origen parecía ser de algún tipo de gran bovino; una gran calavera, sin piel ni músculo. Mostraban de esta manera unos grandes colmillos empapados de sangre y unos ojos de un intenso color ámbar que sobresalían en las cavidades oculares.

Aterrador y enfermizo. No encontraba otras palabras que describieran tal horripilante desfile de criaturas de pesadilla -todas iguales-, si bien ambas palabras eran las más acertadas para definir a esas cosas.

Con ambas manos pegadas al volante y los faros iluminando el indescriptible horror del que estaba siendo testigo, el anciano balbuceaba rezos acompañados de numerosos sofocos, preludio de un inminente ataque de pánico. Pálido y con los ojos llorosos, cavilaba la manera de huir de allí. Quería dar media vuelta, poner de nuevo el coche en marcha y alejarse en dirección opuesta de aquél desfile circense de características infernales. Pero no pudo, el miedo hizo presa de él, se quedó inmóvil.

Las diez criaturas, al menos el anciano contó ese número, murmuraban entre ellos profiriendo unos agudo e indescriptibles sonidos más escabrosos que su propio aspecto. Parecía como si estuvieran debatiendo algún asunto. El anciano seguía sin habla, perplejo en la macabra escena. Pasado un breve lapso de tiempo, las descarnadas, o bien despellejadas criaturas, se dieron la vuelta formando una perfecta barrera en mitad de la carretera comarcal.

Los ojos color ámbar encontraron los de él mirándolo fijamente, causando en el anciano un pavor y horror sin precedentes. Luego, las criaturas volvieron a emitir esos chillidos, los cuales recordaban a los que emite un cordero cuando ve llegar su final. El anciano profirió tal grito que parecía que se le iban a desgarrar las cuerdas vocales. Fue entonces cuando todo se quedó en un profundo silencio, en un inquietante y devastador silencio. Parecía como si el tiempo se hubiera congelado, como si se hubiera detenido en el mismo instante en que terminó de gritar. Solo se escuchaba el incesante jadeo de esas criaturas y los tímidos sollozos del anciano.

De pronto, un ligero olor impregnó el aire, un olor que, aunque al principio se percibiera levemente, ahora era insoportable. Era un olor extraño, muy cargado, desagradable, como cuando un filete se ha echado a perder e impregna el aire con su pútrido olor. En definitiva, era un olor de muerte.

Aquél olor le mareó sobremanera pero, aún así, no podía apartar sus llorosos ojos de aquellas criaturas. Ya no podía sentirse más aterrado, quería irse, pero sus músculos estaban congelados. Ya no podía estar más asustado, ni siquiera al percibir esa extraña sensación, esa invisible presencia que parecía provenir del asiento del copiloto.

-Míralos, contempla su hermosura.

Dijo una susurrante voz que parecía ser omitida desde el asiento del copiloto, poco a poco volteó su cabeza hacia el sitio en cuestión.

-Admira esas almas, admira a tus amigos, pues han sobrevivido al dolor y al tormento.

Esas palabras estaban siendo dichas por un ser más espeluznante aún. Un hombre musculoso, parcialmente despellejado, cubierto de heridas infectadas que supuraban una extraña y negra sustancia. Un rostro carente de ojos y labios. Aquél cadáver andante daba todos los indicios de haber sido víctima de algún tipo de horrible y enfermiza tortura o, en su defecto, de algún caso de autosadomasoquismo. Contrariamente a lo que debería ser normal, aquél cadáver, aquél aparente demonio de características humanas, parecía emitir unos sonidos de placer, levemente perceptibles.

-¿Quién eres? ¿Quiénes sois?

El anciano se tomó su tiempo para formular dichas preguntas, pues el horror y la tensión hacían que tartamudease de manera exagerada.

-¿Qué ocurre Cristopher? ¿Ya no te acuerdas de nosotros?

El anciano negó moviendo la cabeza hacia la izquierda.

-¿No recuerdas a tu grupo de amigos?- preguntó el ser molesto, señalando al mismo tiempo a las criaturas de la carretera con sus huesudos dedos- ¿No recuerdas a tu mejor amigo?- preguntó de nuevo señalándose a sí mismo.

El anciano hizo memoria. Después de un rato consiguió recordar que desde niño hasta su adolescencia jugaba con un grupo de amigos y tenía a su mejor amigo que dormía todas las noches en su casa. Recordaba también que sus padres nunca saludaban a ninguno de ellos, era como si no existieran. Hasta que un día sus padres le llevaron al médico y sus amigos no quisieron volver a verle, según palabras de su madre.

-No... esto esto no es posible- dijo jadeando.

-Tú, Cristopher, aquél día nos mataste, aquél día empezó nuestra tortura, aquél día en que comenzaste a comerte esas "golosinas" que te daba tu madre.

Una vez dicho esto, el anciano comenzó a sentirse más, sus ojos le pesaban, sentía sueño. Lo último que vio fue la imagen borrosa de sus amigos torturados en esa perfecta barrera que habían formado, y a su mejor amigo sujetando un tarro de de vidrio marrón con esas "golosinas" que le daban sus padres en la infancia.

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