MISTERIO

EL TREN

Todo estaba oscuro, aunque pudo percibir un tenue halo de luz ámbar atravesando sus párpados. Gracias a las vibraciones que sentía por todo su cuerpo y el incesante traqueteo que llegaba a sus oídos, supo que se encontraba dentro de un tren. Pero, no recordaba haber cogido ningún tren, ni siquiera supo averiguar en qué momento había caído bajo el yugo del mundo de los sueños. Poco a poco abrió los ojos, aún sentía ese efecto de desorientación tan angustioso que suele sentirse tras haberse sumergido en un sueño profundo. No obstante, al conseguir sobreponerse a una vista borrosa, pudo ver dónde se hallaba y el primer pensamiento que tuvo fue que se encontraba en otro sueño. Analizó detenidamente el interior de vagón. Una enorme lámpara de araña pendía del techo balanceándose de un lado a otro, haciendo sonar sus pequeñas piezas de cristal y la luz que desprendía iluminaba dos hileras de asientos vacíos, separados por un amplio pasillo cubierto por una alfombra granate.

Al observar el interior del vagón, creyó que había retrocedido a comienzos del siglo XX, pero, eso no era posible.

Sí, estoy en otro sueño, seguro. Se dijo mientras posaba su mirada en los grandes ventanales que flanqueaban las hileras de asientos vacíos. Miró a través del cristal, el cual se presentaba impoluto y reflejaba el interior del vagón. Afinó la vista para poder ver el exterior. No consiguió divisar nada, el exterior estaba engullido por una noche sin luna y sin estrellas.

Tras desistir en su empeño por saber por dónde estaba circulando el tren, se levantó con cierta dificultad, pues notó una curiosa flojera en sus piernas y un dolor punzante en la cabeza. Apoyándose en los respaldos de los asientos, dirigió sus pies hasta la puerta del vagón que daba a los traseros, pero estaba cerrada y una cortina escarlata impedía que pudiera ver el vagón contiguo. Acto seguido, atravesó el furgón hasta colocarse frente a la puerta que conectaba con el vagón posterior, pero también estaba cerrada y con la cortina echada. La desorientación que sintió al despertarse en aquel lugar evolucionó a un pequeño sentimiento de desesperación.

¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Cómo era posible que fuese la única persona en el vagón? Estas y más preguntas, de las que no tenía respuesta, invadieron su mente formando un tornado que arremetía contra su cráneo. A este incesante dolor de cabeza producido por no encontrar un atisbo de lógica, se le unió un extraño olor que penetró por sus fosas nasales. Un olor a azufre y a humedad que impregnó el vagón. En ese mismo instante, un haz de luz rojiza e intermitente entró por los ventanales, sobreponiéndose por unos breves segundos a la luz ámbar de la lámpara.

No pudo evitar taparse los ojos con las manos, aquella fugaz luz había provocado un súbito dolor en sus retinas. Un dolor que solo duró aquel instante. Cuando se quitó las manos que cubrían sus ojos, se sorprendió al ver que la lámpara estuviera apagada, encontrándose el vagón engullido por una oscuridad parcial. La iluminación ahora procedía del exterior, una iluminación rojiza que dibujaba la silueta de los asientos en una estampa que inspiraba inquietud.

Dentro de su mente comenzó una cruenta batalla entre la prudencia y el temor contra la desmedida curiosidad que sentía por saber que había fuera. Curiosidad que se esfumó al divisar, por fin, por donde estaba deslizándose aquel tren perteneciente a otra era.

Una luna rojiza se sobreponía sobre una fina capa de nubes plateadas que emitían pequeños destellos escarlata. Bajo aquel cielo teñido de sangre, se alzaban las ruinas de una ciudad, cuyos edificios perfilaban sombras tenebrosas a la luz de aquella misteriosa luna, esa ciudad fantasma reposaba sobre un lago de aguas negras. En ese momento pudo percibir cómo el corazón parecía dejar de bombear sangre a su cuerpo, los pulmones cesaron en su misión e innumerables gotas de sudor formaron caudalosos ríos bajo su ropa. No conseguía apartar la mirada de aquella necrópolis teñida de rojo, de aquellas sombras fantasmagóricas de edificios que habían visto tiempos mejores y que parecían saber que estaban siendo observados.

Salió de ese aterrador ensimismamiento cuando llegó a sus oídos un sonido que, si no hubiera sido por el sepulcral silencio que reinaba dentro del vagón, ni se habría escuchado. En ese instante, cuando la puerta que conectaba con el vagón de delante se abrió lentamente, el olor a azufre se intensificó y un calor agobiante y húmedo provocó que una extraña atmósfera se apoderase del lugar. Posó sus ojos sobre la puerta, por la que emergió un anciano ataviado con una túnica plateada y chamuscada; inexplicablemente, su cuerpo expedía un humo blanquecino que ascendía hasta el techo del vagón formando pequeñas volutas. El anciano comenzó a caminar por el pasillo que separaba a las hileras de asientos, podía advertirse una ligera cojera en sus andares provocada, posiblemente, por la pequeña chepa que se dibujaba en su espalda. Una larga melena blanca cubría su rostro.

  • Disculpe... ¿Qué hago aquí? - le preguntó a aquel extraño hombre.

El anciano se paró en seco y apoyó una mano de largos y afilados dedos sobre el respaldo de uno de los asientos.

  • No recuerdo haber comprado ningún billete...
  • Ya recibí tu pago - cortó el anciano mientras emitía una siniestra carcajada.
  • ¿Cómo? Yo no he pagado a nadie, ni siquiera sé cómo he llegado a aquí - dijo al tiempo que producía una serie interminable de jadeos, notaba que se estaba quedando sin respiración, pues aquel olor a azufre parecía quemar sus pulmones -. Me bajaré en la próxima estación.

El anciano volvió a emitir esa escalofriante carcajada que le heló la sangre. Se giró y apartó los mechones de pelo que cubrían su rostro. Una cara extremadamente delgada y pálida con dos monedas sobre sus párpados.

  • Eso no va a ser posible - sonrió, mostrando una dentadura putrefacta -. Solo me pagaste la ida y este tren solo tiene una parada.

Acto seguido, el anciano se quitó las monedas de su rostro mostrando, de esta manera, los párpados cosidos. Volvió a emitir una tenebrosa carcajada.

  • Próxima parada: el Hades. Estoy seguro de que mi señor te dará la bienvenida con los brazos abiertos.

Con una mueca de horror en su rostro, observó cómo aquel anciano enfilaba el pasillo hasta desaparecer por la puerta que daba al siguiente vagón, siempre acompañado por aquella sonrisa y dejando tras él una neblina de humo.

Sintió que ahora el corazón le latía a cien por hora, volvió a mirar por el ventanal. La ciudad en ruinas había quedado atrás, ahora podía divisar un edificio de arquitectura imposible y aterradora.

Esto es una pesadilla... Esto no es real, el tren no existe y ese viejo tampoco. Se dijo, haciéndose creer que todo era producto de un mal sueño.

Aun así, el olor a azufre era muy real, el sonido y las vibraciones del traqueteo del tren eran muy reales, así como aquellos espeluznantes parajes ... El miedo que sentía era muy real. Desistió en hacerse creer que lo que estaba viviendo era un sueño, por lo que decidió rendirse a la evidencia. Estaba viajando hacia el inframundo.

EL MISTERIO DE RODRIGO LÓPEZ

>>¿Por qué ahora? No lo comprendo, esto no tiene ningún sentido; después de cinco años es ahora, justo ahora, cuando empiezo a encontrar indicios... Aunque es totalmente distinto a lo que me esperaba.

¿En qué estaba metida? Hasta hoy no lo sabía, no tenía ni idea de lo que ella quería decir con lo que escribía en sus diarios, ni siquiera lo supo la policía en su momento. Ahora creo que sé demasiado y, al mismo tiempo, tan poco... No debía buscarla, ni investigar por mi cuenta. Esto me viene grande. Creo que me siguen...<<

* Fragmento del diario de Rodrigo López *.

Aquel hombre, el cual rondaba los cincuenta años de edad, se encontraba sentado en el despacho del comisario, con rostro desencajado y cubierto por sus largos y canosos cabellos, los cuales se quedaban pegados al mismo debido a las innumerables lágrimas que brotaban de sus cansados ojos; y estos, a su vez, miraban fijamente el escritorio del despacho, estando su mente vagando por lugares demasiado alejados de la realidad.

- Julio - dijo el comisario, el cual había entrado en el habitáculo sin que el afectado hombre se diera cuenta -. Julio, amigo mío - repitió sin conseguir sacarlo de su ensimismamiento.

El comisario se levantó de su escritorio dándose cuenta de que Julio no se había percatado de su presencia, y se colocó a su lado. Luego tocó su hombro , a lo que Julio reaccionó de manera exagerada, saltando de la silla y colocándose al otro extremo del lugar. El estado de shock que sufría era demasiado grave.

- Julio, tranquilo - intentó calmarle el comisario -. Soy yo, Mario.

Le volvió a ofrecer la silla y Julio se sentó lentamente, sacando su cajetilla de tabaco al mismo tiempo.

- ¿Puedo...?

- Por su puesto amigo mío, fuma todo lo que quieras.

Lentamente, el humo comenzó a dibujar espirales por todo el despacho, formando extrañas sombras en las paredes.

- Sé perfectamente que lo que ha sucedido es algo muy duro de asimilar - sal´to a decir el comisario, rompiendo el silencio -. Pero necesito enseñarte unas fotos y hacerte unas preguntas.

Julio asintió un tanto asustado, no por la noticia que recibió unas horas antes (que también), sino por lo que vería en las fotografías, pues algo le decía que se sentiría horrorizado.

El comisario abrió una carpeta y sacó tres fotografías, cada cual más extraña y grotesca que la anterior. En la primera se podía ver un grupo de cadáveres desmembrados y despellejados, cuya sangre regaba todos los alrededores. En la siguiente fotografía se mostraba un extraño símbolo dibujado con las algunas de las partes amputadas de los cuerpos. Y, la ultima fotografía, la cual era un tanto confusa, presentaba de manera borrosa, dos siluetas que parecían observarles desde el bosque.

- Esta última foto la tomé yo personalmente cuando fui a la escena del crimen - aclaró Mario -. Creí oír algo en el bosque, por lo que decidí sacar una foto. No pude ver nada ni con el flash de la cámara ni con la luz de mi linterna hasta que no se reveló la foto.

Acto seguido, el comisario le enseñó un fragmento fotocopiado de lo que parecía un diario.


>>Ya nada me parece normal, esto no tiene sentido, es como si estuviera en otro mundo... extraños ojos que me observan y me persiguen por la calle y por mis sueños... gente sin rostro que pronuncian palabras a mis oídos en un idioma desconocido para mí.

Mi cabeza ya no es lo que era, ¿me estaré volviendo loco? Tengo pensamientos demasiado extraños, delirantes... pensamientos que harían enloquecer al más cuerdo. ¿Me estaré volviendo como ella?<<.


Hubo un silencio envolvente en el despacho, a la par que incómodo y excesivamente siniestro. Julio no sabía qué decir, estaba perplejo antes las pruebas que su amigo le había mostrado.

- ¿Julio? Julio... - dijo el comisario tocándole por segunda vez el hombro -. Necesito que me contestes a unas cuantas preguntas, ¿estás dispuesto?

Julio asintió fijando sus llorosos ojos, alejados de la realidad, en los de su amigo.

- ¿Sabías que tu hijo estaba buscando a su madre? - preguntó Mario comenzando el interrogatorio, a lo que Julio negó con la cabeza -. ¿Sabías si estaba metido en algo peligroso? - preguntó por segunda vez recibiendo una segunda negación -. ¿Estabas notando algún cambio en Rodrigo? ¿Algún cambio que hiciera pensar que podría llegar a haber realizado esta atrocidad?

El devastado padre se levantó tapando las pruebas con ambas manos.

- Mario... - habló Julio en un hilo de voz temblorosa -. Hace cinco años perdí a mi mujer, desapareció... y con ella la mente de mi hijo. No lo busquéis. Algo les pasó y no quiero saber más del tema porque mi hijo, al igual que su madre, entraron en un mundo que no podemos comprender. Algo los sedujo, algo contra lo que luchaban pero que, al mismo tiempo, los atraía. Dejalo estar Mario... lo que haré será irme de este maldito pueblo junto a mi hija porque... algo me dice que si no me voy de aquí me quedaré sin ella también. Tu deberías hacer lo mismo que yo. Este pueblo es el mal, consume a sus habitantes y, sabiendo estos hechos, todas las desapariciones, incluyendo la de mi mujer y la de mi hijo, me hace pensar que algo ocurre en este lugar... y no precisamente bueno.

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