LA SOMBRA DEL TORMENTO (Relato corto de Fantasía)

Aquella estatua de piedra, la cual se elevaba por casi dos metros desde ese suelo de mármol verdoso. Dicho material se extendía por todo aquél salón de altos techos sujetados por grandes columnas elaboradas con el mismo material. En lo alto, dos tragaluces dejaban que los rayos del sol iluminaran el gran salón reflejándose en el mármol del suelo y, de esta manera, predominara el color verde oscuro del mismo. Un tragaluz iluminaba el gran pórtico de madera y la mitad del salón y, el otro, iluminaba a la gran estatua de piedra negra pulida, la cual se situaba al fondo de la estancia, justo en el lado opuesto del gran portón.

La estatua parecía constituir la edificación más importante del salón. La misma representaba una figura humana muy bien detallada en esa negra piedra.

Todo parecía en calma en aquella gran cámara, no se escuchaba nada, ni un solo ruido, el silencio engullía el lugar. Una extrema y placentera tranquilidad, la cual se rompió cuando el gran portón de madera se abrió hasta dejar una pequeña ranura por la que se hizo presente un hombre de ya avanzada edad. El hombre, el cual tenía un cabello extremadamente largo y grisáceo, recogido por una coleta, y una barba demasiado frondosa de un color negro y repleto de canas, adornada con numerosas trenzas, que, evidentemente, hacía resaltar su piel blanquecina y sus grises ojos.

El hombre, ataviado con una túnica de un rojo carmesí, cerró la puerta tras de sí, como si de una liviana pluma se tratase y no de un bloque de gruesa y pesada madera. Con paso precipitado atravesó todo el salón, tropezándose varias veces, hasta llegar a la estatua. Una vez estuvo en frente de la misma, la miró con rostro desencajado y ojos llorosos.

-Ayúdame amigo mío- comenzó a hablar con voz ronca y profunda, formando un extraño eco- he hecho algo innombrable, he omitido tu consejo y necesito que me ayudes.

La estatua permaneció inmóvil.

-Ayúdame- volvió a suplicar- he abierto la puerta, he dejado que entren...

De pronto, un trueno desgarrador hizo que el hombre se pusiera de rodillas y, al poco, un potente rayo atravesó los tragaluces haciendo que los trozos de cristal se estrellaran irremediablemente contra el suelo de mármol rompiéndolo parcialmente.

-Han entrado- dijo de nuevo dirigiéndose a la estatua de piedra- mi imprudencia ha hecho que entre la oscuridad a este mundo amigo mío... por favor, vuelve, necesito tu ayuda.

Una vez pronunciada dichas palabras, de las columnas y las paredes comenzó a brotar una espesa y rojiza sangre que bañó lentamente el salón manchando la túnica del hombre arrodillado. Su rostro tornó en una expresión indescriptible.

Luego de este suceso, el gran portón de madera se incendió y consumió en a penas unos segundos. El hombre ya no podía vocalizar, en su lugar, unos sollozos predominaban por encima del silencio. De entre el humo producido por el fuego que consumió la puerta, una especie de oscuridad con forma humana, pero de altura considerable, hizo su presencia en el gran salón pronunciando unas palabra con voz tenebrosa haciendo estremecer el corazón del hombre.

-Tu querido amigo no podrá salvarte ahora del error que has cometido, pues él ahora vaga por los oscuros valles de mi mundo y, ahora, yo he entrado a éste, gracias a ti, gracias a tu desesperación y ansias de obtener un poder nuevo.

El hombre escuchaba aterrado a aquella sombra sin rostro.

-Que equivocado estabas, comprendiste mal tus lecturas del pergamino, el poder no lo tiene quien me invoca, el poder soy yo, el poder me lo has dado tu con tu alma corrompida.

De pronto, esa sombra se volvió abstracta acercándose al hombre y lo engulló sin dejar rastro del mismo. Luego volvió a tomar la forma humana sin rostro de antes y se colocó frente a la estatua del hombre de piedra.

-Espero que te diviertas en mi mundo, ahora es la hora de que lo haga yo en el que tú proteges.

Dijo mientras destruía la estatua con un chasquido de sus largos dedos y se elevaba para salir del salón por los tragaluces. Su época en este mundo había comenzado.