FANTASÍA

EL SENDERO OCULTO

 A sus ojos llegaba la luz del sol reflejada en las grandes campanas de cristal situadas en lo alto del Templo de los Dioses, y cuyo precioso teñir llegaba a sus oídos gracias a la fresca brisa, frescor producido por el gran lago de agua cristalina que bañaba con sus aguas el Valle Verde. El valle se extendía desde la costa este, donde se encontraba el templo, hasta el lago, donde ella se hallaba, siendo éste el límite con el Bosque de los Espíritus.

>>¿Podría existir otro lugar más hermoso que este?<<. Se preguntó Shuny cerrando sus ojos fusionándose, de esta manera, con el viento que se introducía por debajo de su vestido dorado, elaborado a partir de la más pura magia lumínica de las estrellas, recorriendo cada palmo de su morena piel.

- No, no podría existir otro sitio igual de hermoso, ni ahora ni años venideros - añadió Alainsa, la cual había aparecido de repente.

- ¿Podrías dejar de hacer eso? - preguntó Shuny sonriendo al ver, después de varios días, a su hermana.

- Sabes que no puedo hermanita, soy la creadora de la mente y el conocimiento - contestó sentándose a su lado. - No puedo evitarlo.

- ¿Qué te trae por el lago Alainsa?

- Preocupación, todos estamos preocupados por ti. Todos sabemos que tus estados de ánimo están ligados al clima de nuestra tierra, y hoy es el primer día que amanece con un extraño y misterioso esplendor - contestó Alainsa, pero fue interrumpida por un hermoso ser alado de piel escamosa que las sobrevoló a una velocidad vertiginosa. - La fauna creada por nuestro hermano Phaun han mostrado un comportamiento irritante estos días de extremas lluvias. Aunque Raylan se siente con más fuerzas que nunca al ser la creadora de la flora.

- Lo se... he estado inestable estos días, y lo siento mucho - dijo Shuny con cierta tristeza. - Askar ha debido estar de los nervios estos días al no poder controlar el agua y Astar debe de estar muy débil por la cantidad de energía que habrá consumido emitiendo sus rayos.

Fue en ese preciso instante cuando, de entre las bellas flores color púrpura que crecían al este del valle, apareció una manada de magníficos animales cuadrúpedos con un peculiar cuerno en la cabeza; algunos resplandecían al sol debido a su blanco color y otros se veían imponentes con su negro pelaje, y el sonido de sus pisadas formaban un sonido tan sincronizado que, junto con los sonidos emitidos por los pequeños seres con plumas, se creaba una melodía hermosa.

- ¿Por qué estas triste Shuny?

- Por la decisión de nuestros padres...

- ¿Te refieres al destierro de nuestro hermano menor? ¿De Mort?

Shunny asintió tímidamente ante la mirada inquisitiva de su hermana, la cual se levantó.

- Debes respetar la decisión de nuestros padres. Mort era un peligro y su destierro en el Bosque de los Espíritus fue lo mejor.

- Ya... como si ellos pudieran juzgar nuestros dones. Padre solo se dedica a observarnos desde lo alto, su dorada luz nos llega a todos pero, cuando se dio cuenta de los dones de Mort lo desterró y madre, la cual no tuvo ni voz ni voto debido a que solo nos cuida de noche con su plateado brillo, no fue capaz de defender al menor de sus hijos.

- Shunny... Mort es el creador de la muerte. Y padre se dio cuenta de un nuevo don que nuestro hermano desarrolló y que, a saber porqué, se nos mantiene oculto por nuestro bien.

Tras la argumentación de Alainsa, su hermana tornó furiosa, haciendo que los cielos se cubrieran de nubes.

- Sé lo que estás pensando hermanita - prosiguió la creadora de la mente y el conocimiento. - Pero no puedes internarte en el bosque, es terreno vedado, nada ni nadie puede salir o entrar de él. Sé que le echas de menos, yo también, y todos nuestros hermanos pero...

- ¡No lo demostráis! - gritó Shuny furiosa, haciendo que de las nubes cayeran potentes rayos, los cuales llegaban a tocar el verde suelo. - Me da igual que no se pueda entrar, yo lo voy a hacer, quiero ver a Mort y averiguar cual es ese don que tanto asusta a padre.

Acto seguido corrió por el valle hasta llegar al bosque. Tras de ella pudo escuchar las súplicas de Alainsa intentando disuadirla, pero solo fueron eso, súplicas y gritos llevados por el viento y cayados por el estruendoso sonido de los rayos.

Una vez se internó en el Bosque de los Espíritus pudo sentir que había viajado a un mundo distinto, aunque se hallase en la misma tierra, un mundo hermoso e inquietante a parte iguales; pues el bosque parecía permanecer en una eterna noche.

Del desnudo suelo de arena y roca crecían inexplicablemente unos árboles de negras hojas, lo que explicaba la ausencia de luz en aquel lugar. Durante mucho tiempo vagó Shuny sin rumbo por aquel lúgubre bosque, sin encontrar a su hermano por ninguna parte, perdiendo la esperanza por momentos y preguntándose si seguiría vivo.

Fue en ese preciso instante, justo en ese momento, cuando unos bellos, a la par que misteriosos animales, la encontraron. Unos pequeños seres cuadrúpedos y peludos de pupilas verticales y alargadas, que emitían un peculiar y vibrante sonido ronco que la tranquilizó.

- ¿Hermano? - preguntó ella en voz alta, ya que en aquellos seres sintió el aura Mort.

- Shuny - susurró una voz. - Sigue el sendero.

Un armonioso silbido llegó a sus oídos y, mientras sonaba, los árboles que se encontraban frente a la joven se movieron a ambos flancos, formando un amplio sendero que terminaba en lo que parecía la entrada a una cueva. Shuny no sintió miedo alguno ante aquello, solo curiosidad y emoción por volver a ver a su hermano. Cuando comenzó a caminar por el sendero pudo notar que aquellos pequeños seres cuadrúpedos la seguían, y cómo otro seres, muy diminutos, los cuales emitían una tenue luz azulada, revoloteaban al rededor de ella.

- Me alegra volver a verte hermanita - dijo su hermano saliendo de la cueva.

Shuny se sorprendió al verle, pues estaba vestido con una larga túnica color púrpura y una esbelta capucha que ocultaba su rostro. Pero, aún estando sorprendida por el aspecto con el que Mort se había presentado, no pudo reprimirse las ganas de correr hacia él y darle un fuerte abrazo. Mort la aferró con sus brazos con tanta fuerza y, al mismo tiempo ternura, que parecía que iban a fusionarse en un solo ser.

- Yo también me alegro de verte Mort - añadió ella con los ojos empañados por lágrimas de alegría.

- ¿Qué haces aquí? - preguntó él, extrañado.

Shuny se apartó de él.

- Te echaba de menos. No podía aguantar más tu ausencia - respondió ella con voz dulce. - Y... porque necesito una explicación de porqué estás aquí, de porqué nuestro padre te desterró.

- Si has venido a por explicaciones, explicaciones encontrarás - espetó él. - Tu eres la única de todos nosotros a la que no puedo ocultar nada.

Mort volvió a emitir aquel silbido tan hermoso y misterioso, haciendo que del sendero emergieran tres bloques de piedra: dos pequeños y uno un poco más grande; e indicó a su hermana que se sentase en uno de los bloques pequeños, una vez Shuny le obedeció, el tomó asiento en el que se encontraba justo al lado.

- ¿Qué es esto? - preguntó ella con curiosidad al ver que sobre el bloque más grande había unas figuritas talladas con el mismo material, figuritas con un aspecto físico idéntico a la de todos sus hermanos.

- Verás, padre no me desterró porque fuera el creador de la muerte, "don" que descubrí cuando nuestros hermanos Phaun y Raylan llevaron a cabo su don creando la fauna y la flora de este hermoso paraíso. Aunque, he de decir que ellos nunca me volvieron a ver con los mismos ojos cuando, pasados varios años, me llevaba a sus creaciones al Mundo de los Espíritus. Está bien, dentro de lo que cabe, que nosotros, como creadores, no veamos un fin para nuestras almas, pero nuestras creaciones deben tener un final... al menos mi mente funciona así desde que descubrí mi poder - explicó Mort con cierto tristeza. - Creo que puedes imaginarte que mi don no es algo de lo que me enorgullezca.

- Entonces... si padre no te desterró por eso... ¿Por qué lo hizo? ¿Por tu supuesto segundo don?

- Así es, porque descubrió que yo era el único de sus hijos que poseía un segundo don, y ese don era el de crear seres idénticos a nosotros, es decir, que nuestro padre, inconscientemente, me transmitió parte de su poder - añadió Mort, a lo que Shuny quedó inexpresiva. - Estas figuritas que ves aquí son mis creaciones, y en nada las daré vida, y poseerán conciencia propia. Las creé siglos antes de que padre supiera de mi segundo don.

- Y... ¿cómo supo de tu don?

- Porque yo mismo creé varios continentes en este mundo, continentes en los que vivirán mis creaciones, creaciones a las que yo llamo Humanos y, no sé porqué, a padre le asustó el hecho de que pudiera crear seres similares y, al mismo tiempo, distintos a nosotros - sentenció.

Shuny no supo como reaccionar, abría y cerraba la boca repetidamente indicando que quería preguntar, pero no llegaba a conseguirlo. Su hermano la dijo que se tomara el tiempo que fuera necesario para asimilarlo todo, ya que tiempo era lo que les sobraba.

- Y... ¿qué diferencia habría entre tus creaciones y nosotros?

- Que mis creaciones, pasado un tiempo, verían su vida acabada. Serían mortales.

LOS ANTIGUOS

 A pesar de que todo el bosque estuviera cubierto por un espeso manto de nieve, no hacía nada de frío, sino todo lo contrario, hacía un calor horroroso y, lo que hacía aún más extraño aquel singular fenómeno era la ausencia de luz solar, es decir, que el cielo estaba encapotado por unas nubes que emitían una extraña claridad, simulando la luz del día. Pero, a pesar de que los días fueran extraños, las noches se mostraban increíblemente hermosas, eso sí, inspiraba una tremenda inquietud; pues las nubes del cielo se tornaban negras formando innumerables espirales y, en el centro de las mismas, una tenue luz salía expedida bañando toda la tierra de un color plateado y, junto a esta luz, esferas de un brillante ámbar caían lentamente evaporándose antes de llegar al suelo.

El mundo había cambiado desde que, en aquellos funestos días, la sombra de las criaturas que poblaron el mundo al principio de los tiempos volvieron a emerger de las profundidades de la Tierra para reclamar lo que, en su momento, se les arrebató. Diez años han pasado desde entonces, y la humanidad ha conseguido ponerse a salvo tras fuertes empalizadas de kilómetros y kilómetros de distancia, sobreviviendo como buenamente pueden, habiendo retrocedido a la mismísima época antigua. Y, en los últimos tres años de esos diez, la humanidad ha conseguido gozar de una extraña paz, la cual se esperaba que durara aún más tiempo.

Un buen día comenzaron las habladurías en la pequeña ciudad del interior de la empalizada, habladurías que empezaron a inquietar a todo el mundo pero, al mismo tiempo, infundían esperanzas. El motivo de esas habladurías fue la llegada de una hermosa extranjera, de cabello oscuro y ondulado, ojos de un castaño oscuro hipnotizante, un cuerpo atlético de piel blanca enfundado en un vestido azul manchado de barro. La presencia de dicha mujer intrigaba e inquietaba a todos puesto que nunca se supo de la existencia de supervivientes fuera de la empalizada. Pero, al mismo tiempo de inspirar inquietud, se podía ver un resquicio de esperanza, al saber de que había más sobrevivientes de la guerra contra Los Antiguos.

Esta joven respondía al nombre de Vinet y buscaba a Los Líderes (aquellos que salvaron lo que quedaba de la humanidad y batallaron contra Los Antíguos) para pedirles ayuda, ya que su gente, los que estaban más allá de la empalizada, en las ruinosas llanuras de las antiguas ciudades, corrían peligro.

Hilea y Danaia eran hermanas y, junto a los guerreros Bel y Nurd, formaban el consejo de Los Líderes. Los cuatro recibieron a Vinet, no sin antes percibir un aura extraña en la joven, algo que sentían también cuando estaban junto a su amigo Sharm, el Hechicero. Los Líderes indicaron a la joven dónde encontrarle, ya que él sabría como tratar a la joven, y solo él podría sacar algo en claro ante aquella inesperada información sobre los sobrevivientes; mientras ellos cavilarían distintas opciones de cómo salvar a la gente de la misteriosa muchacha.

Vinet subía por la colina, la única dentro de las tierras que abarcaba la empalizada, escudriñando en la cima la casa del Hechicero. Y allí, fuera de la cabaña, de pie junto a la puerta, la esperaba Sharm, como si, de algún modo, supiera de su visita. Para sorpresa de la joven, el Hechicero se trataba de un joven vigoroso, de unos treinta y pocos años de edad. Le atrajo enormemente su aspecto físico, pues el hombre poseía una barba perfilada de un rubio que tiraba al castaño y una frondosa melena del mismo color que se fusionaba con una piel clara; también se sintió hechizada por esa penetrante mirada de unos intensos ojos azules, lo que hizo que se pusiera nerviosa sin saber muy bien porqué.

Sharm ofreció a la joven sentarse en un banco de madera situado a un costado de la cabaña.

- Hola Vinet - saludó el hombre -. ¿Qué te trae a mi casa?

- ¿Cómo sabes mi nombre? - preguntó ella sorprendida.

- Sé muchas cosas, me vienen a mi cabeza como si se trataran de un relámpago - respondió él -. Ahora, contesta tú a mi pregunta.

- Necesito de la ayuda de Los Líderes y la tuya para salvar a mi aldea, se ubica más allá de las montañas, tras el mar interior que está al sur de las ciudades en ruinas.

Sharm se sorprendió ante la noticia de sobrevivientes, pues después de que terminase la guerra y la construcción de la empalizada, él comenzó un viaje por las inhóspitas tierras del mundo, para saber de otros que se hubieran salvado de la conquista de Los Antiguos. No encontró a nadie.

- Se te ayudará - contestó Sharm omitiendo sus pensamientos -. Pero antes he de meditar ese extraño misticismo que te rodea...

- Dicen que conociste a los Primeros Entes - interrumpió rápidamente Videt -. Ansío saber cómo eran los dioses de aquellos que nos arrebataron nuestro hogar.

Sharm volvió a sorprenderse por escuchar palabras ocultas en boca de la extraña y hermosa joven. El Hechicero volvió a a omitir sus pensamientos.

- Cuidado con tus palabras Vinet - advirtió Sharm -. Estás hablando sobre los primeros y más poderosos seres que poblaron el planeta.

- ¿Los defiendes?

- No, solo intento comprender - respondió -. Intentan retomar su mundo que hace milenios se les arrebató, y es totalmente comprensible que luchen por lo que es suyo. Y ello también comprenderán que nos defendamos... al menos eso espero.

- Y... ¿Cómo son?

- Luchadores, como nosotros - respondió de nuevo Sharm, dándose cuenta de que la muchacha pareció haberle hipnotizado con su suave voz y su hermosura, no pudiendo hacer nada por salir de ese extraño trance -. Y los admiro porque son unos grandes oponentes y, quiero pensar, que ellos también piensan lo mismo que nosotros. El primer ente es como un sabio con aspecto anciano, el segundo tiene el aspecto de un joven con ansias de batallar y el tercero... y del tercero...

- ¿Crees que el tercer ente es benévolo?

- Lo único que puedo decir del tercer ente es que su belleza es tal que nubla mi vista y mis pensamientos, y su inteligencia sobrepasa a la de sus hermanos.

- ¿Cómo sabes eso? ¿Qué te hace pensar que es una mujer?

- Eso me lo podrías decir tú Vinet - contestó Sharm esbozando una media sonrisa -. Si es que Vinet es tu verdadero nombre. Hasta ahora no he conseguido salir del trance al que me has sometido para sacarme todo lo que yo sabía sobre los Primeros Entes.

La joven se levantó y, con un hilo de luz dorada, se deshizo de sus ropajes dejando ver su cuerpo desnudo cubierto de un color plateado que deslumbró los ojos del Hechicero.

- Por fin conozco al tercer ente...

- Dime una cosa - dijo ella con voz magnánima -. ¿Cómo supiste que era yo?

- Primero, por el extraño presentimiento que tenía hacia ti - aclaró al mismo tiempo que se levanta y se aproximaba a la ente, la cual se elevó pocos centímetros del suelo para estar a la misma altura que él -. Segundo, porque he recorrido todas estas tierras y nunca he sabido de la existencia de sobrevivientes y, por último, que solo yo sé de vuestra existencia, pues tus hermanos me obligaron a guardar silencio cuando pacté con ellos la tregua. Sois buenos oponentes. Hay que respetar a los enemigos, pues ellos te hacen ver tus debilidades, y tu me has hecho ver soy demasiado confiado.

- Yo también he aprendido algo de ti humano - añadió ella -. Que puedes hipnotizar con tus palabras y eres más listo de lo que mis y hermanos y yo creíamos. No os vemos como enemigos, sino como aquellos que viven en nuestro hogar y, como bien has dicho antes, queremos luchar por lo que se nos arrebató tiempo atrás.

- ¿Por qué se os arrebató el dominio del mundo?

- Porque nos volvimos como vosotros, los humanos, mi raza se volvió codiciosa y ambicionó el poder sobre la naturaleza... lo pagamos con el sueño eterno...

- Entonces no somos tan distintos a vosotros.

- No, la verdad es que no - añadió ella -. Ha sido un placer conocerte humano. Vive para luchar un día más. Vive para mejorar a tu gente, y no dejes que vuelva a caer en el eterno pozo de la destrucción como pasó con nuestra especie y, tiempo después, retomaron vuestros antepasados.

Una vez dicho esto, la Ente se elevó hacia las grandes espirales que formaban las nubes fundiéndose con el ámbar de las esferas que caían lentamente.

LOS JARDINES DE LA MUERTE

Cuenta la leyenda que, escondido del mundo, existía un hermoso paraje, un sitio en el que exuberantes selvas crecían sin límites, largos y caudalosos ríos las atravesaban, un hermoso paraje en el que el sol nunca desaparecía. La leyenda dice que, en este lugar, grandes edificaciones se elevaban desde el suelo hasta rozar el mismísimo cielo, edificios que parecían hechos de plata y oro, con tonos rojizos de roca arcillosa y, que sus gentes, gozaban de una inteligencia e ingenio mucho mayor que el de cualquier civilización conocida. Pocos sabían de dicho lugar, pues estaba escondido en el mundo, solo llegaban allí aquellas personas que no les diera miedo el aventurarse hacia horizontes desconocidos. Aquellos que lograban ver su majestuosidad la llamaron La Ciudad de los Cielos. Pero, como ya se ha dicho, simplemente era una leyenda.

Aunque había una persona, un doctor en arqueología llamado Roberto del Río, que creía que esa leyenda, o al menos parte de la misma, podría ser real. Cuando no tenía que corregir exámenes, ni preparar la clase a sus alumnos de la Facultad de Historia, se pasaba horas estudiando todos los matices de esa leyenda. Estudiaba la arquitectura de los edificios, pues la leyenda contaba que tenían una similitud a las pirámides egipcias y a los antiguos palacios de la India. Le parecía curioso que se dijera que sus gentes estaban tan avanzadas. Investigaba horas y horas hasta descubrir que, dicha leyenda, ya se contaba en los tiempos de del Antiguo Egipto, allá por el año 4000 A.C. Entonces, llegó a la conclusión de que esa civilización era mucho más antigua, y concluyó que podría tratarse de la primera civilización del mundo. Sus compañeros de la facultad, todos historiadores y arqueólogos consagrados y de renombre, pensaban que se había vuelto loco, incluso sus compañeros más soñadores lo creían.

Se preguntaban cómo era posible que Roberto, un arqueólogo que llevaba numerosas excavaciones a sus espaldas, que había impartido clase en la Universidad durante cerca de diez años, que había publicado un sin fin de libros relacionados con la historia antigua del planeta, pudiera creer semejante desfachatez. A lo que el hombre contestaba: ¿Por qué no podría ser real, al menos parte de la historia? Dejando de lado las fantasías propias de una leyenda. ¿Por qué no creer parte de esa leyenda?

Pues el hombre siempre ha buscado su origen, sus raíces, y esa leyenda daba pie a una explicación, aunque no del todo razonada, de una civilización más antigua y avanzada que la egipcia. Roberto no comprendía la estrecha mente de sus compañeros, ni por qué no podían darle un voto de confianza. No fue hasta un buen día que, el arqueólogo se preparó para viajar, su objetivo era encontrar la Ciudad de los Cielos. Llevaba años y años estudiando la leyenda, así que decidió partir en su busca comenzando por la India. Sus compañeros quedaron sorprendidos ante su inesperada partida, ninguno se lo esperaba.

Habían pasado ya cerca de siete años desde la partida de Roberto. El hombre llevaba viviendo en la India todo ese tiempo, sin dar señales de vida ni a sus compañeros, ni a sus amigos, ni a sus familiares. Estaba absorto en la búsqueda del sitio de la leyenda, esa era su prioridad pero, desde luego, su obsesión por encontrar la Ciudad de los Cielos, ya era enfermiza.

Siete años, siete largos años explorando las junglas del país, y no encontró el mítico lugar del que se había hablado desde hacía más de seis milenios. Un buen día, mientras seguía un riachuelo hasta su desembocadura, vio ante él, un horizonte nuevo. El riachuelo había desembocado en una especie de lago, al menos eso creía que era, puesto que era imposible que se tratase del Océano Índico ya que el mismo quedaba al sur de donde él estaba. Se decantó por la teoría de que fuese un lago, pero era extraño, no podía ver tierra firme, el agua llegaba al horizonte. Por casualidad encontró un bote de madera en la orilla, con un par de remos dentro. Tiró dentro del mismo su mochila y comenzó a remar. No sabía cuanto tiempo llevaría remando, pero no sentía ni entumecimiento en los brazos ni agotamiento, pues sus ansias por descubrir aquel lugar llegaban a extremos inexplicables.

De pronto, algo insospechado ocurrió, el bote golpeó con el fondo del lago. Roberto se sorprendió, tenía la certeza de que el lago era hondo debido a sus oscuras aguas. Al darse la vuelta para ver dónde había acabado, lo único que divisó fue una espesa bruma sobre una orilla de arena negra. Rápidamente amarró el bote a una roca de la orilla y comenzó a caminar entre la bruma.

-¿Cómo es posible? Si no se veía el otro extremo del lago, tampoco llevaba mucho tiempo remando, creo...

Pensó al mismo tiempo que apartaba vegetación con sus manos. Poco a poco, entre aquél espeso follaje, la bruma desaparecía mostrando que, a lo lejos, entre la vegetación de esa jungla, una luz dorada brillaba intensamente. Pocos minutos tardó en averiguar donde se encontraba, pues al llegar al límite de la jungla, se abrió ante el la verdad que tanto ansiaba, que tanto esperaba encontrar.

-¿Esta es? ¿Es esta la Ciudad de los Cielos?- se preguntó sorprendido y, en cierto modo, decepcionado.

Ante sus ojos se extendía una inhóspita planicie de arena negra, con tres pirámides negras de enormes dimensiones, totalmente en ruinas, que parecían ser una fusión de estilos egipcios y mayas, y dos templos de la misma altura que parecían tener un estilo arquitectónico similar a los de los antiguos palacios indios y camboyanos.

Para cualquier historiador o arqueólogo, aquél sería un gran descubrimiento, un lugar donde podrían responderse miles de preguntas que la humanidad se ha estado haciendo con el pasar del tiempo pero, ese pensamiento se había esfumado pues, durante aquellos siete largos años, Roberto había acabado por creerse todo lo que la leyenda decía. Esperaba encontrarse con aquellos edificios de plata y oro con tintes de roca rojiza, esperaba encontrarse con la cuna de la humanidad, esperaba ver a las gentes de aquél sitio pero, en su lugar, encontró ruinas.

Caminando por aquél paraje, el horror hizo presa de él, ya que sus ojos no solo veían ruinas, sino restos humanos... huesos calcinados, es decir, ennegrecidos como la tierra que estaba pisando. No podía evitar preguntarse qué fue lo que pasó para que una civilización tan sumamente avanzada fuera diezmada de una forma, aparentemente, horrible. Caminó por aquella funesta necrópolis hasta llegar al mayor templo de la ciudad, al entrar en el mismo vio que estaba completamente vacío, a excepción de un atril de piedra en el centro del mismo, iluminado por el sol que incidía a través de un tragaluz en la cúpula. Al acercarse pudo ver que había un libro abierto por la última página. El idioma parecía ser una mezcla entre el antiguo egipcio y algunos símbolos de la antigua escritura india, por lo que podía leerlo perfectamente.

"¿Quién nos diría que el día en que encontramos aquellos templos bajo nuestras tierras sería el comienzo de nuestro fin? Aquella parecía ser una cultura rica que, gracias a sus conocimientos, pudimos llegar a nuestros días de máxima riqueza y apogeo. Pero, por desgracia, ese fue nuestro error. Quisimos ansiar más sabiduría y conocimientos de lo que aquella civilización tenía y, esa obsesión fue la que nos destruyó, pues abrimos una puerta a la mismísima oscuridad...aquello que llegó a nuestro querido hogar se apropió de nuestras almas... pienso que este fue un castigo por nuestra vanidad, por querer saber lo que no se puede saber, por querer conocer lo que no se debe conocer... si alguien lee esto en algún futuro, quiero que sepa que también ha estado obsesionado por este lugar y, por consiguiente, por el infierno que mora bajo esta tierra. Solo diré que hay misterios y conocimientos que deben permanecer ocultos, en el olvido..."

Roberto quedó aterrado ante esto por lo que volvió a dejar el libro sobre el atril de piedra pero, al darse la vuelta, vio que había sido engullido por una bruma negra de la cual emergían voces escabrosas y gritos de dolor y agonía.

-Hay misterios que no se deben descubrir nunca.

Dijo Roberto en un susurro a modo de arrepentimiento al mismo tiempo que las sombras lo engullían, sintiendo un dolor atroz.

EL FORJADOR DE LAS ESTRELLAS

Abrió los ojos de forma repentina al notar cómo aquél líquido cubría por completo sus pies. Pero, al abrirlos, se sorprendió sobremanera. No había ninguna diferencia entre tener los ojos cerrados o abiertos, pues la oscuridad era la misma. Se encontraba en la nada. Solo sabía de su propia existencia corpórea en aquél oscuro lugar y de la presencia de aquél extraño líquido. No había nada, ni cielo, ni horizonte, nada. Solo esa oscuridad que engullía todo lo que estaba a su alrededor, si es que había algo.

Se sentía agobiado ante ese inexplicable vacío, por lo que intentó despejar su mente, recordar algo, algo que explicara su presencia en ese lugar. Era extraño, lo único que recordaba era que estaba en mitad de un paraje desértico seguido de un intenso y cegador resplandor.

En su cabeza intentaba barajar distintas hipótesis, cada una más extrema que la anterior. Quizá estaba en un sueño, un sueño demasiado profundo. Quizá estaba inconsciente por algún hecho acontecido, de ahí ese recuerdo del resplandor. No lograba encontrar una respuesta lógica y, dentro de lo que cabe, realista ante aquella inusual situación. Luego comenzó a formular distintas posibilidades de índole descabellada, si pudiera decirse de esa manera. Puede que, durante un sueño profundo, su subconsciente lo hubiera engullido por completo y hubiera entrado en coma. O, quizás, hubiera entrado en un mundo nuevo. Ante este último pensamiento hizo un suspiro que indicaba un imposibilidad muy lejana y demasiado fantasiosa, por lo que la desechó al instante.

Todas las preguntas que se hacía, al igual que las respuestas que intentaba encontrar, revoloteaban en su cabeza haciendo que se sintiera más agobiado aún y, sin duda, ligeramente asustado.

Luego intentó dejar su mente en blanco. Quería saber por qué estaba donde estaba pero, al ver que no conseguía recordar nada, comenzó a caminar. Solo tenía la certeza de que él y el suelo cubierto por ese extraño líquido eran reales. Caminaba sin rumbo fijo, escuchándose solo el chapotear que producían sus pies a cada paso, lo que generaba un eco desmedido en ese peculiar vacío.

No sabía, a ciencia cierta, cuánto tiempo estuvo caminando por aquél acuoso y oscuro paraje. Extrañamente no tenía sed, ni hambre, ni cansancio pero, aunque no sintiera que tuviera que satisfacer ninguna necesidad primaria, en este caso comer y descansar, sí sentía una creciente desesperación por no encontrar el límite de aquella, aparentemente, eterna oscuridad. Pero, justo en el instante en que decidió pararse y darlo todo por perdido, pudo vislumbrar una tenue luz azulada en la lejanía. Sus ojos se iluminaron de esperanza al ver aquella remota luz, haciéndose creer que podría ser el final de aquella situación.

Siguió caminando pero, estaba vez, con un rumbo fijo. Durante esa travesía le vino a la mente un pensamiento en el que no se había percatado. Sentía los pies desnudos pero, por el contrario, sentía cómo un suave tejido acariciaba su piel, por lo que comenzó a palparse el cuerpo. Parecía una especie de túnica o un tipo de manto muy fino. Igualmente, sería muy complicado el adivinar que llevaría puesto, al menos hasta llegar a aquella luz.

Cada vez que se acercaba a aquél resplandor en el oscuro horizonte, más calor sentía, el cual le hizo sudar de una manera exagerada. Ya le quedaba poco para llegar, ya podía ver con más nitidez que se trataba más bien de una especie de astro o algo por el estilo pues, a medida que se aproximaba, podía distinguir cómo pequeñas luces salían expedidas de la misma, como si de chispas se tratasen. El sentimiento de esperanza se desvanecía poco a poco, pues aquello parecía más un una especie de estrella o cuerpo celeste que una salida. Luego escuchó golpes, unos golpes repetitivos, producidos por un objeto que parecía ser de metal o acero, según el sonido tintineante del mismo.

Una vez estuvo a escasos metros de aquella curiosa esfera de dorada luz, pudo verse a sí mismo. Su atuendo era una especie de túnica negra de finísima textura, luego bajó su mirada hacia el líquido, el cual era agua, pero de menor densidad y mayor transparencia. Intentó acercarse al astro, pero le fue imposible, pues emanaba un calor infernal del mismo. Decidió rodear la esfera y dirigirse hacia los golpes que llevaba escuchando desde la lejanía.

Luego de rodear la esfera de grandes dimensiones pudo ver a alguien, parecía una persona, que daba golpes a un yunque con una especie de martillo. Parecía ser de una estatura normal. Comenzó dirigirse hacia aquella persona pero, conforme se iba acercando, peor idea le parecía, pues aquella persona no era normal, se iba agrandando con la cercanía, y no fue hasta que estuvo a pocos metro de él cuando vio la gran estatura de aquella cosa.

Una especia de criatura con forma humana pero carente de ningún músculo, en su lugar, multitud de estrellas formaban su cuerpo. La gran estatura de aquél colosal sujeto le hizo petrificarse puesto que se elevaba, fácilmente, unos siete metros desde el suelo. Luego de un buen rato, aquél ser se percató de su presencia y giró su cabeza sin rostro hacia él, iluminándolo con las estrellas que centelleaban por todo su cuerpo.

-¿Quién anda ahí?- preguntó con una voz potente y profunda, tan enérgica que se produjo un eco atronador.

Sintió un pavor desmesurado al escuchar aquella voz de una cara sin boca.

El ser colosal repitió la pregunta, luego vio como el joven se acercaba a él demasiado dubitativo.

-¿Quién eres?- preguntó el joven tartamudeando y observando el sitio en el que estaba.

Un yunque gigante al lado de aquél enorme ser, un caldero a rebosar de lo que parecían multitud de estrellas en miniatura y un enorme martillo en la mano derecha del gigante.

-¿Yo? Solo soy el forjador- contestó- pero, la pregunta es, ¿quién eres tú?

-No estoy seguro de quién soy... ni de qué hago aquí- añadió el joven- ¿Qué hago aquí?

-Si tú no sabes por qué estás aquí, ¿cómo lo voy a saber yo?- dijo el forjador volviéndose de nuevo al yunque y cogió con su mano derecha un cúmulo de estrellas de diversos colores depositándolas justo encima del mismo, luego alargó uno de sus brazos en dirección a la esfera, de la cual salió una porción de luz que se dirigió a su mano, la agarró al vuelo, luego la sobrepuso encima de las estrella y comenzó a dar repetidos golpes con el martillo.

El joven quedó fascinado por los colores tan vivos que saltaban centelleantes por cada golpe de martillo. Al rato pudo observar el resultado de aquella fusión: una especie de galaxia de un color púrpura y azul que maravillaron los ojos del joven.

-¿Dónde estoy?- preguntó mientras se quedaba perplejo ante aquella fabricación, si pudiera llamarse de esa manera.

-Este sitio tiene mucho nombres pero, al mismo tiempo, ninguno- contestó el forjador- estas en el lugar más antiguo que existe. En el que fue y es mi hogar. El sitio sin tiempo ni luz.

-Y... ¿cómo puedes vivir aquí?

-Esto antes estaba repleto de astros que brillaban en todo su esplendor, aquí vivían seres como yo pero, un día, todo fue destruido quedando yo como único sobreviviente de aquella horrible masacre- contesto el colosal ser con cierta melancolía- y ahora yo soy el encargado de que esto vuelva a ser el paraíso que era antes.

-Te determinas como un "ser" como si supieras de la existencia de otros...- dijo el joven extrañado, al mismo tiempo que curioso.

-Eso es por el hecho de que, al ser yo El Forjador de las Estrellas de todo el universo conocido y por conocer, sé de la existencia de todos los seres del cosmos. Y sé que tú eres un ser humano, por lo que me produce una curiosidad extrema que estés en este lugar, pues nunca un humano ha pisado mi tierra.

El joven intentó volver a recordar cómo llegó hasta allí, pero no consiguió su objetivo, solo recordaba aquél resplandor.

-El sabio se hace preguntas buscando respuestas, solo que ni el mismísimo sabio podría encontrar la respuesta más evidente ante las mismas- dijo de pronto el forjador mientras se sentaba en el suelo cubierto de agua y miraba al joven extranjero.

-¿Estoy muerto?- preguntó pensativo el joven mientras pensaba en aquél resplandor en mitad del desierto.

-No lo sé, ¿lo estás?

-Busco respuestas de cómo he llegado aquí, pero mi mente está en blanco.

-Pues he de decirte que tú mismo te has respondido.

El joven sintió como un calor le consumía todo su cuerpo. Luego comenzó a recordar.

-Es verdad, estaba en aquella ciudad en ruinas, intentando escapar de algo junto otros, no recuerdo quiénes eran. Habíamos encontrado la manera de escapar pero, algo falló, yo me quedé en ese sitio para que ellos pudieran salvarse. Luego recuerdo cómo una gran luz cegadora me consumía todo mi cuerpo, abrí los ojos y estaba aquí.

El forjador se quedó en silencio, como si estuviera meditando lo que había contado el humano. Luego se puso en pie e hizo un gesto con su mano izquierda indicando que le siguiera.

-Eso explica el por qué estás aquí- saltó a decir el gigante rompiendo el silencio- estás muerto si, pero solo en cuerpo, en alma sigues vivo.

-¿Cómo es eso posible?- preguntó extrañado el otro.

-Ya comprenderás que muchas cosas son posibles, los humanos os limitáis a muchos saberes- contestó el forjador- estás aquí para elegir tu propio destino: morir o vivir; estas muerto en cuerpo, pero podrías volver a la vida. Un poder superior ha decidido que eres apto para elegir pues diste la vida para que otros pudieran continuar la suya, te sacrificaste.

El joven quedó mudo ante aquello, no sabía qué creer. Continuó en silencio hasta que el forjador le presentó dos grandes puertas de cercos y arcos de piedra recubierto por estrellas de diversos colores y, ambas, cerradas por un material muy parecido a la madera.

-Contempla los Portales de la Vida y de la Muerte- explicó el ser- debes elegir lo que tú más prefieras. Si eliges el de la derecha te habrás sentenciado a morir, pero morirás en paz y sin ningún sufrimiento. En cambio, si optas por el de la izquierda, llegarás ante aquellos que han decidido que eres apto para elegir.

-No sé qué hacer, estoy demasiado indeciso- añadió el joven al mismo tiempo que se sentía maravillado por la magnificencia y enormidad de aquellas puertas, aquellos portales que sellarían su destino.

¿Vivir o morir?

-Si yo fuera tú, me gustaría saber por qué se me ha considerado apto para elegir la vida o la muerte, ¿tú no sientes curiosidad?

-En parte sí- contestó el joven- y... si elijo la puerta de la muerte... ¿qué ocurriría?

-Primero entrarías en un sueño muy profundo y, poco a poco, tu cuerpo iría desvaneciéndose en la oscuridad y acabarías siendo una luz que yo mismo recogería para seguir forjando el universo- contestó el forjador- entiendo que, si has pasado una vida dura, quieras optar por ese camino pero, también te digo, que eres muy joven para morir.

Dicho esto, el joven humano se puso entre los dos portales y volvió su mirada al forjador.

-A mi mente me viene recuerdos, recuerdos claves de mi vidas, recuerdos que me dicen que soy un luchador, un guerrero, un superviviente que ha podido con todos los sufrimiento de la vida... además de haber sobrevivido a la propia muerte.

Dicho esto, ante la expectación del forjador, se acercó a la puerta de la derecha y, agarrando lo que parecía un picaporte abrió la puerta, de la cual salió una luz azul y blanca que engulló todo el lugar.

-Quiero seguir siendo un guerrero- sentenció el joven mientras pasaba a través de la puerta y se adentraba entre toda aquella luz.

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